Hudson Hewitt, un niño de dos años, murió pocas horas después de recibir un diagnóstico erróneo por teléfono. Un médico creyó que tenía gastroenteritis.
El 18 de enero, en Ferryhill, Inglaterra, Hudson despertó llorando y con malestar. Su madre, Shannon, llamó al servicio de emergencias 111. Un médico le dijo que lo mantuviera hidratado, pensando que era un virus estomacal.
Pero la salud del niño empeoró rápido. Sus padres lo llevaron de urgencia al hospital Darlington Memorial en Durham. A pesar de los esfuerzos médicos, Hudson no sobrevivió. Más tarde, un patólogo descubrió que tenía una torsión intestinal causada por un defecto congénito.
Shannon cree que un examen en persona pudo haber salvado a su hijo. Ahora pide que todos los niños menores de cinco años sean atendidos cara a cara cuando los padres llamen al 111.

La madre recordó con cariño a Hudson: «Nunca nos sentimos como una familia hasta que nació él. Siempre sonreía y amaba los animales de granja y los dinosaurios».
Afectada por la pérdida, añadió: «No hemos vuelto a casa. Todo sigue igual, sus juguetes aún están en la sala de estar».
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